domingo, 10 de octubre de 2010

Los Velón, una familia de centauros.


Artículo publicado en la sección "De tal palo..., tal astilla" del diario La Voz de Galicia de 10/10/10

La vida de Nacho Velón bien podría valer para escribir un buen guión de cine. Una de esas historias de inesperados y radicales giros vitales que arranca hace 55 años en el Pazo de los Pardo de O Revel, en la parroquia sanxenxina de Vilalonga, donde nuestro palo se crió hasta los 10 años antes de ir internado a un colegio de Madrid. Desde entonces, y hasta su actual condición de coordinador del partido UPyD para el norte de la provincia de Pontevedra, Nacho Velón descubrió y se entregó a la pasión de su vida, como San Pablo. Pero en su caso, en vez de hacerlo cayéndose de un caballo, lo hizo montándose en un equino.
Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas en la capital del estado, el protagonista de nuestro particular biopic alternó trabajos en agencias de publicidad con puestos en los departamentos de márketing y merchandising de multinacionales como Pepsi o Philips. Y «a los 40 años me monté por primera vez en un caballo», descubriendo en ese preciso momento que «el caballo es un veneno que ya no te permite dejarlo».
Fue la casualidad la que quiso enganchar a Nacho Velón a la hípica. «Fue durante un fin de semana de escapada con la familia a una casa de turismo rural en el País Vasco, en Murua, cerca de Vitoria, cuando el turismo rural estaba empezando en España y en el País Vasco le llamaban agroturismo. Por allí había un picadero y un tipo loco me dejó montar con mi hija pequeña, Carla. Ella tendría tres o cuatro años». Entonces Carla aún no sabía que el flechazo que había enamorado a su padre la había traspasado también a ella subida en su regazo a lomos del mismo animal.
Hasta ese momento «mi única experiencia con los caballos era de cuando pequeño iba con mi familia a A Lanzada en un carro tirado por caballos. En casa había dos, pero no recuerdo que se montasen», rememora Nacho Velón.
Después de la experiencia en el País Vasco «empecé a acudir a un picadero en Madrid, el Trébol, que ya no existe. Estaba cerca de casa y a 500 metros del trabajo. Y a veces, en vez de ir a comer a casa o con los compañeros, comía un bocadillo en la cantina del picadero y aprovechaba ese tiempo para montar».
«Un día fui a El Corte Inglés a comprar libros de hípica, y descubrí que no había ni una sola guía sobre dónde poder montar a caballo en España. Y con la misma, me despedí en la agencia de publicidad en la que estaba trabajando, monté mi propia editorial, Revel Comunicación y Márketing, y escribí la primera guía hípica nacional, en la que relacioné todos los centros ecuestres públicos del país, e incluí directorios de veterinarios, herradores, transportistas...».
Era finales de los años noventa. «Cuando me di cuenta de que hacía lo mismo que en la agencia, y que lo que quería era dedicarme a los caballos, me volví a O Revel, a Vilalonga, y en unas tierras que me dejaron mis padres monté un centro ecuestre, el Club de Campo Revel», relata Nacho.
Escuela
Allí vivió hasta el 2007 de ofrecer desde paseos a caballo para los turistas hasta una escuela hípica por la que pasaron más de medio millar de chavales de entre 8 y 14 años de Sanxenxo. «Los íbamos a buscar a la puerta del colegio, y después los llevábamos a sus casas».
La cosa iba tan bien que Nacho gestionó y consiguió 36 millones de las antiguas pesetas de los fondos Feder de la Unión Europea para construir un picadero cubierto. El problema es que a pesar de todos los informes a favor el Concello de Sanxenxo no le dio la necesaria licencia municipal «porque el alcalde de entonces, Telmo Martín, quería hacer una ciudad del caballo al lado del campo de golf». Posteriormente «el Concello me hizo venderle el terreo del picadero para hacer una guardería». Y hoy, apunta, ni hay ciudad del caballo ni guardería.

"Cuando subes a un caballo y te gusta, tu cuerpo se prolonga en él y el caballo acaba en ti"


Perder el centro de O Revel fue un duro golpe para Nacho. Pero más duro resultó aún no poder volver a pasarse encima de un caballo las hasta diez horas que más de un día disfrutaba en sus buenos tiempos. A raíz de un accidente de moto hoy tan solo puede permitirse pequeños paseos a lomos de un equino. Un trance al que añadió el drama de ver como en su convalecencia le robaban sus caballos. Por suerte, la Guardia Civil pudo recuperar una yegua, Xana, que hoy disfruta su hija Carla.
Cuando se le pregunta por qué le engancha tanto la hípica, el sanxenxino dice que es algo que no puede explicar. «El caballo es un animal inteligente, con el que te puedes compenetrar. Cuando te subes a uno y te gusta, tu cuerpo se prolonga en él y el caballo acaba en ti», recreando el centauro de la mitología.

Carla comparte la misma pasión e idéntica dificultad para describir su vínculo con los equinos. «No entiendo a esa gente que va a un picadero solo a montar -explica-. Disfrutar del caballo incluye todo, darle de comer, ver cómo está cada día, ensillarlo... Convivir con él». Por ello, aunque no se ve viviendo de la hípica, reconoce que no le importaría hacer horas de moza de cuadra.

Carla comenzó pronto a ayudar a su padre en el centro de O Revel, acabando como monitora de los más pequeños de la escuela y guía de turistas. Ahora «solo practico en verano, cuando vuelvo a Galicia» con su Xana, «porque es una actividad cara», y eso que no practica la modalidad deportiva. Desde Madrid «lo echo muchísimo de menos». Y el verano solo acaba de terminar.