domingo, 8 de julio de 2012

IX De Cardexía a Misamis: de Singapore a Manila

- IX -
DE  SINGAPORE  A  MANILA
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De madrugada nos pusimos en movimiento hacia Singapore. Entramos en un canal cuyas márgenes son la isla de Sumatra y el vértice de la península de Malacca. Prodigiosa vegetación que llega hasta el mar. No se vé playa ni otra cosa que los árboles que arrancan de entre las mismas aguas... Es una entrada deliciosa. Atracamos al muelle muy extenso y que evita el ser conducidos en bote al puerto como en otros sitios. Bajamos pues al muelle y tomamos un carruaje que nos conduzca a la población. Entramos cuatro en un tirado por sólo caballo muy chiquito pero que nos arrastra vigorosamente. Entramos por el barrio chino que es inmenso. La población china es inmensa y no puede vivir en su Celeste Imperio. Desparrámase por todas partes y ejerce los trabajos más penosos. Lo que a mí más me molesta es verles tirar de un carruaje. Cobran menos que los tirados por animales y hasta tienen que cederles a estos el paso. Todo chino aprecia grandemente su coleta que llevan muy larga y cuidada. Los ricos gastan calzado y sombrero a la europea. Las mujeres tienen unos pies inverosímiles. Desde pequeñas los oprimen y encarcelan. Lo que vemos pues en abanicos y estampados de tela no es exageración.

Además de la china, hay también población india e inglesa pero aquella es la que más abunda. Hay mucho "policement" ingleses y aún indios. He visto llevar a muchos chinos sujetos por la coleta. También encontré un coche celular en que iban ocho o diez que según me han dicho iban a ser ejecutados en una isla próxima.

Singapore no me gustó tanto como Colombo. Al ver la preciosa entrada por el canal me prometía más. Almorzamos en tierra pero tan ferozmente mal que yo sospecho si la carne que nos dieron era de chino. Cuando terminábamos llegó otra partida de pasajeros y les recomendamos que fuesen a otro lado. Así lo hicieron pero no adelantaron nada. Muchos fuimos los que no almorzamos a bordo pero ni uno quedó satisfecho. Lo que más me llamó la atención en Singapore ha sido el árbol del abanico. Suponte un tronco de dos o tres metros hasta la bifurcación de las ramas. Cada una de estas la compone una colosal hoja con un par de metros de tallo y otros dos o tres de verdadera hoja que se parece a las de cuentas de rosario en la forma. Están colocadas en forma de abanico, pero con tal precisión que parecen uno de esos hechos con plumas sujetas por cinta a los que sin duda sirvieron de modelo. Yo creí al principio que eran trabajados por hábiles jardineros pero luego me convencí que no era sino una hermosa obra de la naturaleza.

Salimos de Singapore a las tres de la tarde entrando en el mar de la China que debíamos atravesar en cinco días pero no fué así pues el Monzón nos impide avanzar con la rapidez que quisiéramos. Los Monzones soplan 10 meses al año, cinco en una dirección y cinco en la otra. Los otros dos meses son de transición, y esa fué la que traíamos por todo el mar de la India, pero aquí al fín se presentó. No nos molesto tan solo el viento y corrientes contrarias que imprimen al barco un cabeceo muy mareante, (para los que lo gastan) sino que continuaron presentándose aguaceros tales que no se veía alrededor del barco y había que ir a media máquina y pitando continuamente para evitar un choque; único siniestro posible para un buque de los de las condiciones del que nos lleva. Así que tardamos dos días más de lo que sería sin el ramalazo que encontramos y contábamos el día 21 con fondear a la noche en Manila, pero aún hubo otro retraso, por el que no me quejo ciertamente. Fue así:
En la tarde de dicho día estaban varios pasajeros conversando con el capitán y vieron a lo lejos un barco en el que nada de particular notaron y del que por lo tanto no hicieron caso. Pero uno del corro, un tal Artach, piloto mercante, se detuvo por curiosidad a observar con los gemelos la vela que se divisaba en lontananza. ¡Feliz casualidad! Distinguió un pequeño punto al lado del barco. Pero para el ojo del marino aquel punto era un bote. Llamó la atención del capitán y convinieron en que en el bote estaban dos personas. Al momento viró nuestro buque, dirigiéndose hacia los náufragos que indudablemente precisaban nuestro auxilio. Conforme nos acercábamos iban distinguiendo más claramente un "panco", pequeña embarcación desde la que hacían señales. Luego lo que se creía bote nos salía lentamente al encuentro. Y vimos dos indios escuálidos, amarillos cadavéricos en fín, que de rodillas sobre una pequeña balsa formada de cañas, agitaban una pequeña banderola. Todo el pasaje presenciaba emocionado la escena. No hablábamos más que muy despacio. Llegó la balsa al costado del buque ¡señoj! ¡señoj! clamaban los infelices. Iban con carga de carbón vegetal a Manila y estando ya próximos a la bahía los cogió la nortada y los metió mar adentro. Estaban sin rumbo, tres días sin beber y casi sin comer pues solo tenían arroz que no podían condimentar. El "panco" no se sumergió porque llevaba "batangas" (ya expliqué lo que eran al hablar de las piraguas de Colombo). Se les alimentó y el capitán no quiso contentarse con recogerlos sino que largó un cabo para remolcar su embarcación. Al efecto se maniobró y fueron a acompañar a los cinco náufragos un contramaestre y un marinero. El primer oficial en esa maniobra perdió un reloj que se le cayó al mar y se hizo suscripción para regalarle otro. A las dos horas estábamos en marcha aunque a menos velocidad por causa del remolque.

Cerca de las doce de la noche, acababa de acostarme, cuando noté que paraba el buque y oí pitos y voces. Volvía a vestirme y subí sobre cubierta. Era que hacían señales los del buque. Se les había roto el timón con la velocidad que para tal barco construido muy débilmente, era mucha, y tuvimos que seguir a media máquina. Sin ganas ya de acostarme me eché en una silla sobre cubierta, y acababa de quedarme dormido, cuando sentí un ruido especial y voces ¡el cabo! ¡el cabo!. Era que se había desamarrado y se escapaba.

Medio durmiendo me lancé a él con otros dos o tres y por poco nos derriba, pero al fín lo sujetamos un momento y pudo sujetarse de nuevo. Pero en este momento se oyen voces de los del "panco": ¡bote! ¡bote! ¡socorro! ¡socorro!. En un momento que me pareció un siglo se echó el bote al agua. Yo tiré de un cabo y ayudé como un marinero, quedando grandemente satisfecho de haber contribuido aunque de modo insignificante a tan humanitaria acción. Pronto volvió el bote con toda la gente. El barquicho se había abierto y anegado de agua. ¡Y como venía aquella gente!. Calados de agua, sin voz y sin acción. Se vistió a los indios. Yo dí a un pobre viejo unos pantalones que tuvo que remangar un kilómetro. Hubo que cortar la amarra y dejar abandonado el
"panco" "Nuestra Señora de los Remedios". Cuando comenzaba el alba pasamos la isla de Corregidor, entrando en la inmensa bahía de Manila. Cerca de las siete fondeamos. Nos pasamos a un vaporcito que nos transportó al muelle. Entramos en la embocadura del rio Pasy que atraviesa Manila y en cuyas márgenes está el desembarcadero.

A las ocho de la mañana del día 22 de Noviembre de 1.889 puse mis plantas en tierra filipina. Esa hora corresponde aproximadamente a las doce de la noche anterior en esa tierra. El 30 probablemente partiré para Cebú y Misamis de donde enviaré nuevas notas.

Adiós

AUGUSTO.

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